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“Yo vendré del desierto calcinante...”

Hubo un tiempo en que un “puerto seco” era algo tan de moda que la tontuna patria transpiraba asfixiante por las sienes de alcaldes y concejales que corrían a sembrar de champiñones logísticos sus planes urbanísticos, los mismos con los que la crisis nos despertó años más tarde más allá de nuestras posibilidades.

  • Última actualización
    20 octubre 2021 00:41

Aquellos desarrolladores, incluso bienintencionados, que pululaban trajinantes por la “Guerra de los Corredores” y alimentaban de paja los planes de impulso ferroviario, no eran más que oportunistas que de tanto que se les llenó la boca con la palabra “puerto” y la palabra “seco” al final creyeron descubrir  que un puerto seco era eso mismo, un desierto, cansados de que la yerba creciera en sus explanadas sin percatarse de que esto del ferrocarril nunca fue una actividad para trincar la pasta y salir corriendo.

Por todo esto y  por la enfermedad de lo políticamente correcto, lo de “puerto seco” cayó en cierto desuso y surgió en los últimos años ese concepto flojeras de las “terminales interiores” con el que seguramente llegaremos al horizonte 2030, ojalá que cumpliendo de una vez los sueños logísticos ferroviarios de un país que acaba de presentar su enésimo Plan de Impulso, bautizado esta vez como Mercancías 30, y que no es más que lo de siempre con el reto de siempre: cumplirlo.

Ante esta tesitura, imaginen conmigo por un momento: ¿Y si se lograra cumplir este plan? ¿Y si por fin lograramos llevar adelante de una manera coordinada y consensuada sus medidas esenciales? ¿Y si por fin esta fuera la buena, la de verdad, por fin la oportunidad tantas veces reclamadas de lograr el click que haga despertar de manera contundente al ferrocarril en España? ¿Y si los temores de malgastar ineficiencias con dinero a fondo perdido para las operadores no fueran más que infundados? ¿Y si es el miedo a una renovada proliferación de terminales no nos lleva a la inflación y la ineficiencia si no que logramos acercar más el ferrocarril al cliente? ¿Y si logramos que el mercado nos espere para que en tres años arranquen contundentes las autopistas ferroviarias? ¿Y si el socio logístico de Renfe es la solución? ¿Y si la nueva cultura de la sostenibilidad establece nuevos equilibrios en la balanza? ¿Y si por fin logramos el 10% de cuota? ¿Y si llegamos al 20%? ¿Y si por fin este profundo valle de lágrimas ferroviario se convierte en una pesadilla del pasado ante un por fin esplendoroso futuro que por entonces será magnífico presente?

Si eso se produce, aplaudiremos, sin parar, pero, ojo, sin que jamás olvidemos a los que, como cantaba Plablo Milanés, vinieron del “desierto calcinante”, esos que en los últimos 20 años, los más complicados en la historia reciente del ferrocarril en España, se partieron la cara y mantuvieron viva la débil llama del transporte ferroviario de mercancías, hombres y mujeres que nacieron con fe, vivieron con fe y morirán con fe para ir más allá de la angustia existencial de una explanada yerma un día tras otro, de un raíl oxidado un día tras otro, de una grúa dormida un día tras otro, para lograr, contra viento y marea, mantener una actividad que debe ser el pilar sobre el que crezca el espléndido futuro que nos prometen.

No olvidemos nunca a quienes perdieron su sueño poniendo sobre un raíl un vagón y una locomotora;no olvidemos a esos clientes que siguieron confiando al tren sus cargas; y no olvidemos a quienes la fortuna puso en sus manos un puerto seco y, lejos de ver polvo y paja, se hartaron de soñar un mar de oportunidades hasta que su tesón les dio la razón en forma de murallas de contenedores. El día que el ferrocarril triunfe, por favor, no se olviden de ellos.