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Yugoslavia

  • Última actualización
    09 julio 2025 05:20

Aproximadamente durante los años 1969 y1970, observé que los armadores de buques yugoslavos tenían prohibido efectuar ningún tráfico en puertos españoles que procediera o tuviera como destino algún país que no fuera Yugoslavia o España, es decir, solo tenían autorizado el “cabotaje” entre España y Yugoslavia, o viceversa. Me pareció un enorme error, porque los armadores yugoslavos operaban con unos fletes muy bajos y con el sistema establecido los exportadores e importadores españoles solamente se beneficiaban de los fletes bajos en tráfico de “cabotaje” entre España y Yugoslavia, pero no en los de exportación e importación a o desde cualquier destino mundial.

El armador principal yugoslavo, Jugolinija, ya tenía un agente general en España que le cubría los principales puertos españoles. Decidí entrar en contacto con otro armador yugoslavo: Splosna Plovba, de Piran, del que previamente había obtenido buenas referencias. Como para hacer buenos negocios yo considero que el conocimiento personal es esencial, les pregunté si me podían recibir en Piran. Me dijeron que encantados, pero me advirtieron que el papeleo y la burocracia en Yugoslavia eran enormes. Me empezaron a instruir sobre este tema. Era todo tan complicado que al final me dijeron que vendrían ellos a recogerme al Aeropuerto de Trieste.

Recuerdo que tuve malos vuelos de Valencia a Barcelona y de aquí a Roma. En Fiumicino se nos hizo de noche. Nos llamaron para embarcar y vi con asombro que éramos cuatro pasajeros en total, tres italianos y yo. Vino a por nosotros un piloto uniformado que nos dijo que le siguiéramos a pie. Finalmente llegamos a un avión que me pareció muy, muy pequeño. Cuando entré lo corroboré. Estaba lleno de sacas de correo de banda a banda, debidamente trincadas, a excepción de los últimos cuatro asientos, dos y dos, en los cuales el piloto muy amable nos invitó a sentarnos. Yo me senté en la ventanilla con un italiano a mi lado y a la otra parte del estrecho pasillo los otros dos italianos.

El vuelo Roma-Trieste fue sencillamente horroroso. Cruzar en diagonal la cordillera de Los Apeninos con mal tiempo, hacía que el pequeño avión se moviera en todos los sentidos. Lo más impresionante era cuando perdíamos mucha altura, como si nos succionase la tierra. El piloto forzaba entonces el motor al máximo y el pequeño avión vibraba todo. Los bandazos eran continuos. Los italianos gritaban sin parar. El de mi lado me cogía mi brazo derecho y no paraba de hablarme horrorizado en italiano. Yo intentaba calmarlo, aunque yo también estaba muy preocupado por cómo nos movíamos... Posteriormente, cuando empezamos a sobrevolar el Norte del mar Adriático, el pequeño avión se movía un poco menos. Yo miraba por la ventanilla y lo veía todo negro, no veía luces de ninguna ciudad. De repente empezaron a pasar luces, estábamos aterrizando ya en el Aeropuerto de Trieste. Cuando el avión paró delante de la Terminal los tres italianos nada más pisar tierra se arrodillaron rezando y llorando.

Este vuelo fue el peor que he tenido en mi vida. Pero sin embargo me ha venido muy bien porque cuando he tenido otros malos vuelos me consolaba pensando que nunca eran tan malos como el mencionado.

En la Terminal estaban dos personas de Splosna Plovba esperándome. Eran los capitanes Vouk y Celinsek, muy atentos conmigo desde el primer momento. Subimos en su coche y nos fuimos a la frontera. Comprendí que tenían razón cuando me dijeron que era mejor que ellos vinieran a recogerme. En Yugoslavia eran los tiempos de la dictadura del general Tito. La policía me hizo mil preguntas, a mí y a mis dos acompañantes. Finalmente me visaron el pasaporte y seguimos hasta la ciudad de Piran. Me alojaron en un pequeño hotel y hasta el día siguiente.

Estuve algún tiempo con ellos. Mi impresión del personal de la compañía fue muy buena. Tenían un sistema de dirección rotatorio. Los que dirigían la compañía en aquel momento eran precisamente los capitanes Vouk y Celinsek. Analizamos toda la situación y llegamos a la conclusión de que era solo una situación política española la que había determinado las restricciones al libre comercio marítimo entre nuestros dos países.

“Con un gran disimulo pudimos observar que nos estuvieron siguiendo hasta que regresamos nuevamente a la oficina. Fue la primera vez que me ha seguido la policía secreta: ¡Confío que sea la última!”

De aquella primera estancia mía en Yugoslavia recuerdo lo bien que me trataron. Me llevaron a visitar la maravilla del lago Bled, que proviene de un glaciar en los Alpes. Otro recuerdo que tengo de aquella visita es que los dos capitanes tenían trabajo en la delegación de Liubliana y me llevaron con ellos para que no me quedara yo solo en Piran. Una vez, en la oficina de Liubliana, mientras ellos trabajaban, una de sus empleadas me acompañó para enseñarme toda la ciudad, que es la capital de Eslovenia. Observé con tristeza el resultado de la dictadura de Tito. Tristeza por todas partes. Escaparates vacíos. Ninguna alegría en los rostros... Mi acompañante me subió a una colina que en su parte superior tenía un gran jardín. Me dijo: “Mírelos distraídamente. ¿Ve usted aquellos dos hombres al principio de la colina? Nos vienen siguiendo desde que salimos de la oficina. Deben ser policías”.

Efectivamente, con un gran disimulo pudimos observar que nos estuvieron siguiendo hasta que regresamos nuevamente a la oficina. Fue la primera vez que me ha seguido la policía secreta: ¡Confío que sea la última!

Tras varias reuniones llegamos a la conclusión de que a ellos les interesaba mucho escalar en España, pero para poder descargar y cargar mercancías desde y a cualquier destino del mundo. Por parte del gobierno yugoslavo no había problema, pero el gobierno español solo autorizaba el mencionado “cabotaje”.

A mi regreso, hice viajes a Madrid, a la Dirección General de la Marina Mercante. Expliqué reiteradamente que esta situación era perjudicial para los exportadores e importadores españoles a los que se les privaba de unas buenas oportunidades de utilizar unas líneas regulares con los fletes más bajos de todo el Mediterráneo.

Empecé a progresar en el tema y logré que se me preparase una entrevista definitiva con el director general de la Marina Mercante, don Leopoldo Boado Endeiza. Me causó una gran alegría. Lo comuniqué a Splosna Plovba y también se alegraron, rogándome que los capitanes Vouk y Celinsek me acompañasen en mi visita a la máxima autoridad de la Marina Mercante española.

Las relaciones entre España y Yugoslavia seguían muy tensas desde nuestra Guerra Civil. Me costó mucho conseguirles los visados y me tuve que responsabilizar personalmente ante la Policía para que se los concedieran. Fui a Barajas a esperarles. Comimos en un restaurante en las afueras de Madrid, que hoy está ya dentro de la capital. El capitán Vouk me dijo muy misteriosamente que me querían pedir un gran favor. Querían tomar una copa de coñac español de una marca que les habían dicho que era de extraordinaria calidad. Yo les dije que encantado. Entonces Vouk sacó un pedazo de papel viejo y muy arrugado en el que tenía escrito el extraordinario coñac español que deseaban: “Veterano”.

Al día siguiente fuimos a la Dirección General de la Marina Mercante. El secretario de don Leopoldo me dijo que mis dos acompañantes no podían entrar a la entrevista ya que el director general no quería recibirles. Se lo expliqué a ellos, que accedieron amablemente a quedarse en una sala de espera.

Mi reunión personal con don Leopoldo Boado fue larga y fructífera. Finalmente comprendió que la situación no era buena para los exportadores e importadores españoles, que era necesario levantar la restricción que pesaba sobre los buques yugoslavos en España, con lo cual se beneficiaría a nuestros comerciantes al poder acceder libremente a los buques yugoslavos que en aquel entonces tenían los fletes más bajos de Europa. Al final de la entrevista me permití preguntarle por qué no había dejado entrar a los dos capitanes yugoslavos. Me cortó rápidamente diciendo que yo era demasiado joven para vivir y entender la Guerra Civil española como él la había vivido.

Me dijo que solicitase oficialmente por escrito todo lo que yo le había pedido. Así lo hice. Aproximadamente un mes después los barcos de Splosna Plovba quedaban autorizados a escalar libremente, cargando o descargando para o desde cualquier puerto del mundo.

Splosna Plovba tenía dos líneas regulares: una desde el Mediterráneo a West África y otra alrededor del mundo en sentido eastbound. Buscándoles carga logramos que las dos líneas escalasen en puertos españoles, siempre bajo muestra consignación.

La compañía nacional yugoslava, cuando bastante después conoció nuestra autorización, también solicitó la suya, que le fue concedida, pero algo ocurrió fuera de mi alcance cuando la autoridad yugoslava obligó a que las dos compañías tuvieran el consignatario de la compañía nacional, con lo cual perdimos un gran armador: Splosna Plovba.

Cuando la política interviene en los negocios, el resultado es siempre negativo. Menos para los políticos involucrados...