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Polissons

Tendría yo unos 11 años cuando se estrenó  en TVE la serie de dibujos animados “Marco, de los Apeninos a los Andes”.  Pobreza, infancia, emigración, una familia rota... no son los mejores ingredientes para confeccionar una serie infantil de éxito pero, por lo visto, los niños de 1977 debíamos tener una mayor tolerancia a la frustración o, a falta de otras alternativas, nula libertad de elección de contenidos televisivos. Y es que en la España del VHF y el UHF, el mando a distancia aún no reinaba en los salones de nuestros hogares.

  • Última actualización
    17 febrero 2020 17:25

A pesar de la dureza de su temática y aunque en aquella época el “share” no ejercía aún su tiránico poder, “Marco” fue un éxito rotundo. La chavalería de entonces seguíamos las aventuras de Marco como si el pequeño de los Rossi fuera uno más de la familia, uno más de nosotros. O nosotros mismos. ¿Quién, por tanto, no se hubiera aventurado a embarcarse en el puerto de Génova como polizón en el barco “Folgore” para ir en busca  de nuestra madre a la lejana Buenos Aires?.

Algunos años después de que el escritor italiano Edmundo de Amicis ideara el personaje de Marco, Joseph Conrad, uno de los autores clásicos de la literatura del mar, junto a Melville y Stevenson, publicó en 1911 la novela “El copartícipe secreto”, donde el capitán de un barco, que narra el relato en primera persona, describe la experiencia de un intruso salido del mar que se ve obligado a recoger una noche en su barco. Nadie más que él sabe de la existencia de este polizón a bordo, lo que produce una sorda tensión en los protagonistas que irá en aumento a medida que se desarrolla la historia. 

Mi visión infantil de “Marco” y la lectura juvenil de esta novela hicieron que mitificara la figura del polizón, asociándola a un mundo de aventura, a un universo idealizado, pero irreal. Todavía hoy, gran parte de la opinión pública mantiene una visión idealista y romántica del polizón (“polisson”, según el origen del término en francés) y llama a solidarizarse con los protagonistas de una práctica ilegal que tiene, precisamente en ellos a sus grandes víctimas, explotadas por mafias dedicadas al tráfico de personas.  

Así se ha demostrado en los puertos de Bilbao y Santander, donde desde hace al menos dos años, grupos de jóvenes albaneses, que ni se encuentran en situación legal de solicitar asilo político o de requerir ayuda humanitaria como refugiados económicos, están poniendo en jaque tanto su propia integridad, como la de los medios de transporte y mercancías en las que tratan de ocultarse para embarcarse ilegalmente en alguno de los buques que salen de estos puertos cantábricos hacia Reino Unido.

Una caridad mal entendida llevó a vecinos de Santurtzi y Zierbena a ofrecer ayuda a los campamentos desde donde los albaneses planeaban sus asaltos a las instalaciones del Puerto de Bilbao, cuya respuesta fue la construcción de un muro de hormigón en la terminal de ferris que, a pesar de recibir críticas, se ha revelado como una solución. Al menos parcial, ya que resulta imposible sellar todo el perímetro portuario. En Santander saben bien de estas dificultades.

La presencia de polizones a bordo de los buques puede acarrear graves consecuencias para los buques y, por extensión, para la propia industria del transporte marítimo. Los dibujos animados, el cine y la literatura recrean “polissons”, personajes de ficción cuyas aventuras y desventuras  se quedan en el fotograma o en la página de papel. En el mundo real, sin embargo, los polizones son personas que precisan asistencia, sí, pero siempre dentro de los límites que marca la ley. Las navieras, los transportistas, los propietarios de las mercancías y en definitiva, los miembros de la comunidad portuaria, también tienen sus derechos.