Entre las múltiples medidas excepcionales adoptadas por los Gobiernos occidentales en respuesta a la pandemia, varias estuvieron orientadas a evitar una oleada de quiebras que dañara irreversiblemente el aparato productivo. Tratándose de una crisis coyuntural, los subsidios, coberturas parciales de salarios, rebajas o diferimientos fiscales, créditos blandos, incluso adquisiciones de acciones, se entendieron, en general, como adecuados. Más debatida fue la idea de, en esencia, suspender la apertura de procedimientos de quiebra durante meses, como ocurrió, entre otros casos, en España. En todo caso, y como revela el gráfico adjunto, el paquete de medidas alcanzó su objetivo y en el primer semestre de 2020, el más duro de la pandemia, las quiebras no solo no aumentaron, sino que se redujeron sensiblemente respecto al promedio del trienio anterior .
Durante los dos años posteriores, la continuidad de las ayudas y una rápida recuperación mantuvieron en la mayor parte de Europa esos niveles de quiebras inferiores a la prepandemia. Aunque no es a priori deseable que desaparezcan proyectos empresariales, a no pocos expertos les (nos) parecía preocupante la posibilidad de que se estuvieran perpetuando “empresas zombis”. Y no solo porque, antes o después, esos proyectos desaparecerán, con costes mayores a los que se hubieran producido de hacerlo antes, sino porque absorben recursos públicos mejor empleados en otros fines, y porque dificultan el acceso de nuevos y mejores proyectos al mercado. En definitiva, bloquear la “destrucción creativa” de Schumpeter, base del capitalismo, tiene más costes que beneficios.
Parece que ha llegado el momento de reconocer la realidad. En el segundo semestre de 2022, los procedimientos de quiebra en el conjunto de la Eurozona se han situado ya un 20% por encima de la prepandemia y es previsible que, donde todavía no se ha manifestado la tendencia al alza, lo haga en próximos trimestres.
Pero uno apostaría a que el observador del gráfico que acompaña a estas líneas habrá llevado de inmediato su vista a las columnas rojas, la que revelan una preocupante excepcionalidad española. Aunque la caída inicial de las quiebras, por los motivos apuntados, es similar a la del conjunto de Europa, ya en el segundo semestre de 2020 estaban por encima de los niveles previos a la pandemia, y en la segunda mitad de 2022 casi cuadruplican los promedios del período 2017-2019. Sin duda un aparato productivo dominado por las micropymes y una especialización sectorial inclinada a subsectores de servicios de proximidad explican parte del diferencial. Pero parece obvio, también, que no es suficiente explicación: el entramado productivo español está sufriendo el doble shock pandemia-Ucrania mucho más que la media europea y no parece que el problema se consiga atajar.
Quizás es momento de fijarse menos en quienes obtienen altos beneficios y más en quienes no ingresan ni para seguir en el negocio. O simplemente dar por buena la idea de que nuestro sistema productivo es mucho peor que la media y necesita una transformación mucho mayor. No sorprende, en todo caso, que la economía española vaya a ser la última de todas las significativas en Occidente en recuperar su nivel de PIB prepandemia.