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La hora de separar los zombis de los vivos

  • Última actualización
    03 marzo 2023 05:20

Entre las múltiples medidas excepcionales adoptadas por los Gobiernos occidentales en respuesta a la pandemia, varias estuvieron orientadas a evitar una oleada de quiebras que dañara irreversiblemente el aparato productivo. Tratándose de una crisis coyuntural, los subsidios, coberturas parciales de salarios, rebajas o diferimientos fiscales, créditos blandos, incluso adquisiciones de acciones, se entendieron, en general, como adecuados. Más debatida fue la idea de, en esencia, suspender la apertura de procedimientos de quiebra durante meses, como ocurrió, entre otros casos, en España. En todo caso, y como revela el gráfico adjunto, el paquete de medidas alcanzó su objetivo y en el primer semestre de 2020, el más duro de la pandemia, las quiebras no solo no aumentaron, sino que se redujeron sensiblemente respecto al promedio del trienio anterior .

Durante los dos años posteriores, la continuidad de las ayudas y una rápida recuperación mantuvieron en la mayor parte de Europa esos niveles de quiebras inferiores a la prepandemia. Aunque no es a priori deseable que desaparezcan proyectos empresariales, a no pocos expertos les (nos) parecía preocupante la posibilidad de que se estuvieran perpetuando “empresas zombis”. Y no solo porque, antes o después, esos proyectos desaparecerán, con costes mayores a los que se hubieran producido de hacerlo antes, sino porque absorben recursos públicos mejor empleados en otros fines, y porque dificultan el acceso de nuevos y mejores proyectos al mercado. En definitiva, bloquear la “destrucción creativa” de Schumpeter, base del capitalismo, tiene más costes que beneficios.

Parece que ha llegado el momento de reconocer la realidad. En el segundo semestre de 2022, los procedimientos de quiebra en el conjunto de la Eurozona se han situado ya un 20% por encima de la prepandemia y es previsible que, donde todavía no se ha manifestado la tendencia al alza, lo haga en próximos trimestres.

Pero uno apostaría a que el observador del gráfico que acompaña a estas líneas habrá llevado de inmediato su vista a las columnas rojas, la que revelan una preocupante excepcionalidad española. Aunque la caída inicial de las quiebras, por los motivos apuntados, es similar a la del conjunto de Europa, ya en el segundo semestre de 2020 estaban por encima de los niveles previos a la pandemia, y en la segunda mitad de 2022 casi cuadruplican los promedios del período 2017-2019. Sin duda un aparato productivo dominado por las micropymes y una especialización sectorial inclinada a subsectores de servicios de proximidad explican parte del diferencial. Pero parece obvio, también, que no es suficiente explicación: el entramado productivo español está sufriendo el doble shock pandemia-Ucrania mucho más que la media europea y no parece que el problema se consiga atajar.

Quizás es momento de fijarse menos en quienes obtienen altos beneficios y más en quienes no ingresan ni para seguir en el negocio. O simplemente dar por buena la idea de que nuestro sistema productivo es mucho peor que la media y necesita una transformación mucho mayor. No sorprende, en todo caso, que la economía española vaya a ser la última de todas las significativas en Occidente en recuperar su nivel de PIB prepandemia.

¿Ha llegado el final de la crisis del gas en Europa?

El descenso del precio del gas del último par de meses se ha convertido en una de las noticias económicas más comentadas, quizás porque las favorables no abundan, quizás porque, sobre todo para el norte y el centro de Europa, se auguraba un invierno muy problemático en este ámbito. Ciertamente, hay motivos para una moderada satisfacción. Pese a la prolongación del conflicto en Ucrania, con las consiguientes restricciones al acceso al gas ruso, la principal fuente de abastecimiento europea hasta la invasión de Ucrania en febrero del pasado año, el precio medio del gas natural en Europa se situó en enero un 50% por debajo del promedio de 2022, con un descenso de más de dos tercios respecto al máximo mensual alcanzado el pasado verano.

El éxito de los denodados esfuerzos europeos por incrementar el suministro desde fuentes alternativas (en África, Oriente Medio, Estados Unidos o Noruega), sea de gas transportado por oleoducto o mediante buques (Gas Natural Licuado), explica parte de esa favorable evolución. La otra parte (¿mayor?) proviene de la combinación de una baja demanda china por el mantenimiento hasta finales de 2022 de la política de “COVID-cero”, y de un invierno marcadamente suave en todo el continente europeo. Que a finales de febrero las reservas de gas de la Unión Europea en su conjunto se encuentren al 65% del máximo potencial es una excelente noticia. Y no solo para el presente, sino para el momento que se anticipaba realmente problemático, el próximo invierno, al descontarse para entonces un suministro de gas ruso muy inferior durante todo el año 2023 (nótese que las sanciones afectarán de forma integral mientras dure la guerra, y no de manera progresivamente creciente, como en 2022), y un ostensible aumento de la demanda desde otros espacios económicos, en especial de China, con su economía liberada de las restricciones antes vigentes por motivos sanitarios.

Vayamos con matices, más adversos. Primero, pese al buen punto de partida comentado, y como ha recordado la Agencia Internacional de la Energía recientemente, la confluencia de una extensión de la guerra en Ucrania durante todo 2023 (probable), la intensificación de la competencia por la adquisición de gas (segura) y un próximo invierno de temperaturas mucho más bajas (¡quién sabe!) podría situar de nuevo frente a significativas tensiones el precio del gas a familias y empresas europeos, que ya habrán experimentado dos años de inflación inusualmente alta para entonces.

Segundo, y no menos importante pero sí menos mencionado, incluso los precios de enero de 2023 en Europa sextuplican los que rigen en el mercado estadounidense. Esa diferencia duplica la ya de por sí notable (gracias al impulso a la producción de gas en Estados Unidos a través del “fracking”) de la que gozaba la economía de Estados Unidos frente a la Europea en los años previos a la pandemia. Incluso sin ayudas adicionales (como las articuladas en los diferentes planes de estímulo económico de la Administración Biden, incluyendo la IRA, a la que nos referimos el pasado mes), esto supone una considerable ventaja competitiva en los sectores intensivos en energía. Europa no tiene fácil cerrar este diferencial.

La locomotora estadounidense sigue a toda máquina

El dato de creación de empleo en Estados Unidos del mes de enero (547.000 puestos de trabajo netos creados) ha dejado la tasa de desempleo (3,4%) en el mínimo de los últimos 55 años. Sumando a lo anterior el incremento en la tasa de inflación medida por el indicador de referencia para la Reserva Federal (que es la subyacente del denominado Personal Consumption Expenditure, algo diferente del habitual IPC), parece evidente que la economía estadounidense sigue absorbiendo sin muchos problemas las subidas de tipos de interés que la Reserva Federal puso en marcha desde la pasada primavera. Con esta fortaleza y la continuidad de los estímulos fiscales (véase nuestra reflexión sobre la IRA del pasado mes), la probabilidad de que el ciclo de endurecimiento monetario deba alargarse en el tiempo se ha incrementado notablemente. El 5% en el tipo de interés de referencia ya no parece el límite superior probable de este ciclo.

Estas sanciones a Rusia sí duelen

La prohibición de la Unión Europea a las importaciones de diésel ruso hacia los 27 conlleva un impacto sensiblemente distinto al de las parciales restricciones previas a las compras de gas natural (mientras se bloqueaban las realizadas por gasoducto se incrementaban hasta el máximo histórico las transportadas por gas natural) y petróleo crudo (en este caso, seguían llegando cantidades importantes por oleoducto mientras se cerraba el acceso de petroleros). Dada la capacidad de Rusia de encontrar, aunque fuera con fuertes descuentos en los precios, compradores alternativos, y dada el alza de los precios de los hidrocarburos el pasado año, no puede sorprender que Rusia recaudara por la venta de los mismos en 2022 más que en ningún año previo. Sin embargo, ese bloqueo a las ventas de diésel ruso al mercado europeo, con mucho el más importante para el mismo, dada la imposibilidad de hallar destinos sustitutivos, sí se está traduciendo ya en un considerable descenso de los ingresos que Rusia consigue del exterior. Las previsiones para su presupuesto revelan un agujero (obviamente, con los gastos disparados por los costes de la intervención en Ucrania) muy significativo para 2023. Circunstancia que, por desgracia, no acortará la guerra ni un solo día.

Cambiar de moneda no es como cambiar de chaqueta

En un previsible desastre se ha convertido la sustitución acelerada (o eso se deseaba, porque el proceso ha tenido que prolongarse en dos ocasiones, y sigue sin completarse ni con mucho al escribir estas líneas) de todos los billetes de media y alta denominación en Nigeria.

La intención de estos cambios legales parece obvia: liquidar de un plumazo la gran cantidad de billetes falsos que se han ido instalando en la economía con el paso del tiempo y, más aún, hacer aflorar el dinero negro, generalmente acumulado en esos billetes de alta denominación, y obligar a sus tenedores a retratarse ante la Hacienda pública.

Esta es la teoría, que debe ir acompañada de un suficiente volumen de los nuevos billetes de curso legal, infraestructuras adecuadas para el reparto de los mismos a lo largo y ancho del territorio, y un sistema bancario (oficinas y cajeros) que permitan el rápido y general acceso de los ciudadanos a esos billetes. Cuando tales requisitos no se cumplen, como en Nigeria en este inicio de 2023 o en India en 2016, los individuos y los pequeños negocios (en economías en las que el dinero en efectivo sigue siendo el medio principal para realizar transacciones) se encuentran sin poder acceder a compras básicas y la situación deviene en caótica.

Cuando alguien tiene la sorprendente ocurrencia de hacer coincidir este cambio en el efectivo de curso legal con la campaña electoral a unas elecciones presidenciales siempre tumultuosas, como en el caso de Nigeria, cabe dudar de la bondad de sus intenciones... o de su sentido común.