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7 de diciembre

  • Última actualización
    07 diciembre 2023 05:20

Esta columna de opinión sufre hoy, más que nunca, el síndrome del 7 de diciembre. Esa sensación de estar en el medio, de pasar necesaria e irremediablemente desapercibida, de ser un escalón de paso o, lo que es peor, un peldaño que se puede saltar con facilidad máxima.

Y es que en nuestro país seguimos teniendo un calendario de festividades que parece haber creado un enemigo íntimo de la eficiencia empresarial. Ya sé que heredamos una tradición y que debemos ser muy respetuosos, pero también sé que el mundo evoluciona y que no podemos quedarnos anclados en el pasado, sobre todo cuando sabemos bien que salimos perjudicados simplemente por contraste con otras economías, igualmente avanzadas, pero más eficientes.

Como bien habrán podido comprobar a poco que miren a su alrededor, esta semana está presidida en España por la laxitud y la doble velocidad. Ya sé que me dirán que las personas necesitan este tipo de semanas, un poco más ligeras, para compensar los “excesos” que pueden cometer a lo largo del año, y puede que tenga su sentido, pero no es menos cierto que estos parones también generan un exceso de trabajo en otras jornadas para poder absorber lo que dejará de hacerse en los festivos.

Sinceramente, puesto que mover las festividades religiosas tiene una complejidad que va más allá de lo estrictamente formal, mi propuesta pasaría por tratar de mover las otras. Me explico. Debemos celebrar y conmemorar el Día de la Constitución, por supuesto, pero sinceramente me da exactamente igual si lo hacemos el día 6 o lo hacemos el 7 o el 11; hablamos de acumular festivos y esquivar puentes, en definitiva.

Como este debate ya es viejo, hay quien asegura que el mercado se distorsiona igualmente ante la perspectiva de cuatro días festivos seguidos, puede ser. Pero hay que valorar qué conviene más: café para todos (todos igual los mismos días) o todos tomando café (uno dos días, el otro tres y el cuatro otro más).

Tengo la sensación de que no es un tema que preocupe demasiado a los que nos mandan

Todo es empezar. La idea de mover festivos no me parece extraordinaria ni descabellada, de hecho, en alguna comunidad autónoma se ha practicado y los resultados no han sido malos. Quizás falta la continuidad suficiente como para acumular datos y analizar su conveniencia y, por supuesto, la intención firme de querer hacerlo.

Como nunca llueve a gusto de todos, ya sé que este 7 de diciembre, tal y como ha caído este año, viene muy bien a los puertos para desatascar patios y evitar las congestiones típicas después de unos días de inactividad. Esta circunstancia nos refuerza la idea de que hay que pensar bien las cosas y tratar de tomar decisiones con el máximo consenso minimizando el impacto.

Tengo la sensación de que no es un tema que preocupe demasiado a los que nos mandan, quizás ahora más ocupados en tratar de cuadrar un puente espectacular tintado de blanco, por lo que podemos sentarnos a esperar.

Solo para dejar de cambiar la hora en los meses de marzo y octubre ha habido un debate de décadas (sí, décadas) y en nuestro país no será efectivo hasta el 25 octubre de 2026, día en el que se producirá el último atraso de hora.

Si esto ha costado y hablamos de un cambio auspiciado por la Comisión Europea con efecto sobre todos los países miembro, no quiero pensar lo que puede suponer para nuestro país llegar a un consenso para reducir el número de puentes. En fin.