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Con las plumas en todo lo alto

  • Última actualización
    08 febrero 2024 05:20

No se confundan. Pese a lo que pueda parecer, no les voy a hablar de un western clásico. Aunque todo se andará...

Los que tenemos la suerte de vivir cerca del mar contamos con diversos privilegios que están escondidos para otras personas que desarrollan su día a día alejados de la humedad, el salitre y esa inconfundible sensación que se respira en una ciudad bañada por el mar. Si además esa urbe cuenta con la condición de portuaria, las posibilidades se disparan.

Por no profundizar en una comparativa que es de lo más subjetiva, aunque real como la vida misma, les diré que lo primero que hago cuando me levanto, todos los días sin excepción, es mirar por la ventana y echar un vistazo al skyline portuario.

Los años y la experiencia me han enseñado detectar cuándo existe una bajada generalizada y persistente de los tráficos. Es normal que un día existan muchas plumas de grúas portacontenedores levantadas (sin actividad bajo ellas); incluso es posible encadenar alguna semana especialmente inactiva, pero cuando ese skyline de plumas en todo lo alto se hace habitual es que algo no está funcionando bien. Y eso, (permitirán la vanidad), un ojo portuario bien entrenado lo detecta.

No corren buenos tiempos. Somos un país de servicios en el que el sector terciario representa tres cuartas partes del PIB; el sector secundario, el que genera las mercancías que transportan nuestros medios de transporte, podría estar entre un 20 y un 25%, mientras que el primario puede alcanzar con suerte el 3% del producto interior bruto.

Un ojo portuario bien entrenado lo detecta

En nuestro país tenemos un grave problema con el sector primario. Seremos la huerta de Europa, tendremos el mejor aceite de oliva del mundo y los más selectos productos naturales, pero también tenemos un sistema infame, que sostiene artificialmente algunas actividades vía subvención europea, que es totalmente ineficiente y lesivo en la medida que terminará por finiquitar la existencia de los pocos profesionales que todavía pueden vivir de actividades como la agricultura o la pesca.

El sector secundario, el de la industria o las manufacturas, ha adquirido una deriva que sigue desnivelando la balanza comercial a favor de las importaciones, del “made in fuera de España”, que nos aleja del objetivo de la creación de riqueza y empleo. Además, lo poco que nos queda (como es el caso de la industria azulejera y cerámica), está siendo vapuleado a golpe de ninguneo gubernamental.

Tenemos el terciario, pensarán, y España se defiende bien en el sector servicios... Bueno, si de lo que hablamos es de turismo, vale, podemos estar de acuerdo. Pero no podemos olvidar que aquí se agrupan también las actividades de logística y transporte o el sector minorista, especialmente perjudicados si fallan los sectores primario y secundario.

No hace falta mencionar que el equilibrio y la interdependencia entre estos tres sectores son fundamentales para el crecimiento económico sostenible y la estabilidad de un país.

Cuando me levanto y oteo el skyline portuario, no puedo más que recordar que las grúas solo pueden trabajar cuando hay carga. Los comerciales de transitarias y puertos pueden partirse la cara por medio mundo para atraer un par de tráficos, pero si la coyuntura socioeconómica no es favorable, los tráficos no pueden resucitar por arte de magia y las plumas seguirán erguidas en modo rezo al dios de la carga.

Sabemos lo incómodas que pueden llegar a ser las protestas de los agricultores, tanto como cualquiera que nos altere la rutina de cada día, pero debemos ser conscientes de que al final dependemos unos de otros y sus reivindicaciones también deben ser nuestras. Por lo menos en mi caso lo son.