Imagino que muchos de ustedes conocerán “12 hombres sin piedad”, la genial película de Sidney Lumet en la que los 12 miembros de un jurado deben decidir el destino de un joven de 18 años acusado de asesinato. Ahora mismo no sabría decirles cuántas veces la he visto, ni cuantas veces habré descubierto un nuevo matiz con el que seguir extrayéndole el jugo. Y si han visto la película, imagino que, al igual que yo, han descubierto que “12 hombres sin piedad” no va sólo de un jurado que debe decidir el destino de un hombre. Va de mantener nuestras convicciones frente a una corriente social que nos dice que estamos equivocados; va de cómo afrontamos el eterno conflicto generacional; va del papel secundario que siguen jugando las mujeres a nivel general en nuestra sociedad; va del cruel abandono que sufren muchos de nuestros mayores y de la importancia que les otorgamos; va de qué tipo de educación decidimos darles a nuestros hijos; va de desigualdad social y de lo complicado que es para aquellos que nacen en un determinado contexto cambiar su destino; pero, sobre todo, va del poder del pensamiento y la razón frente a los prejuicios.
Quedarse muchas veces en la superficie y no rascar para poder saber de qué van realmente las cosas puede llevarnos a no tener la fotografía completa y, por tanto, a sacar conclusiones que pueden no estar del todo acertadas. Por eso, la firma del nuevo Convenio Colectivo del sector de la estiba en el Puerto de Valencia no es sólo una firma, sino que, si rascamos, encontraremos más cosas. No hablo sólo de la paz social que garantiza en el primer puerto de contenedores de España, ni de las mejoras operativas ni sociales que recoge. Tampoco hablo de sus cinco años de vigencia, ni del importante mensaje de estabilidad que lanza, ni del trabajo de traslación de la esencia del V Acuerdo Marco al nuevo convenio local que han realizado ambas partes.