Es absolutamente apasionante ver cómo se mueve el mercado marítimo mundial. Estamos ante un sector que no se puede definir como un prodigio de velocidad y cintura para afrontar los cambios y definir acciones, pero es una realidad que nunca se paraliza y que, una vez tomada una decisión, es como una apisonadora que a su ritmo acaba por alisar todo aquello que atraviesa.
Todo en el mercado del transporte marítimo mundial es grande: los espacios, los buques, las distancias, los tonelajes, la capacidad, los plazos de construcción y entrega de nuevos buques, las rotaciones, los tiempos de tránsito... y eso es algo que implica una previsión extraordinaria.
No es algo exclusivo de nuestro sector. Por ejemplo, cuando nosotros todavía estamos con la duda de si nos vamos a comprar un coche híbrido, microhíbrido o eléctrico, algunas marcas ya están trabajando únicamente en sus modelos eléctricos o alimentados con cualquier otro tipo de combustible que no sea fósil.
El proceso de definición de las alianzas marítimas es una buena muestra de todo esto que estamos hablando. Decisiones a largo plazo, meditadas, cocidas a fuego lento y ejecutadas con firmeza y determinación.
Las estrategias se modifican, los actores cambian de sitio, los espacios se multiplican o dividen y los tiempos se estiran o reducen, pero en definitiva el tablero de juego sigue siendo el mismo para todos: la bola del mundo.
Efectivamente, las rutas marítimas son las que son, los mercados productivos y consumidores a conectar están más que definidos y la oferta portuaria también está más o menos clara.
Ante esta situación, ¿cómo pueden una naviera y su alianza correspondiente marcar la diferencia?
La respuesta es tan sencilla que abruma: precio, capacidad, conectividad y fiabilidad. Combinen los elementos como quieran, añadan a la coctelera el ingrediente que les parece que se ha quedado fuera, agiten y verán que el resultado es casi siempre el mismo.
Es verdad que conceptos como el tiempo de la operativa en puerto o en fondeo (por citar sólo dos) son especialmente importantes, pero en el fondo inciden en lo que denominamos “fiabilidad”.
Y aquí viene la cruda realidad. Cualquier elemento “externo” que pueda afectar directamente a uno solo de los cuatro pilares básicos será el que marque la diferencia y establezca el nuevo baremo de la eficiencia.
Por ejemplo, si un puerto bien situado geográficamente se dota de forma adecuada con maquinaria de última generación, si incrementa sensiblemente su eficiencia (en términos de productividad y precios), apuesta por la multimodalidad y prioriza las escalas de determinadas navieras, es un candidato claro a situarse como actor principal en el tablero en detrimento de otros que se han quedado discutiendo sin son churras o merinas.
No hace falta citar casos a estas alturas.
El ejemplo de los cruceros nos viene bien para explicar este caso. Cuando no llegaban a los puertos, nos partimos la cara por medio mundo para atraerlos; ahora que los tenemos queremos que se vayan; y en el momento que ya no estén, no tengan dudas, volveremos a salir a por ellos.
Como decía al principio, el mercado marítimo mundial se mueve inevitablemente. Es necesario anticiparse a las necesidades de ese mercado y tomar decisiones encaminadas a dar respuesta. El cortoplacismo no funciona en este sector.