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El origen de todos nuestros males

  • Última actualización
    20 mayo 2025 05:20

Puede ser que sea algo inherente a nosotros, pero desde siempre el ser humano ha buscado culpables con cara, nombre y apellidos a sus problemas. Encontrar a un responsables de nuestros males es algo comprensible y, disculpen la expresión, redundantemente humano. Alguien ha de pagar por lo que nos ha pasado, alguien concreto ha de hacerse cargo de nuestras cuitas, alguien, da igual quién sea, debe ser el chivo expiatorio al que recurrir cuando no podemos explicar nuestras desgracias. En los últimos meses hemos tenido sobrados ejemplos. Incendios, subidas de precios, DANAs, apagones... Siempre rebuscando entre decenas de conjeturas e indicios para lograr dar con el último responsable.

Tras la irrupción de la pandemia sanitaria provocada por la COVID-19, los hábitos de consumo cambiaron. Los recursos de los ciudadanos ya no se volcaban tanto en consumir, sino en disfrutar. Después, con la creciente inestabilidad internacional, esa idea del “carpe diem” no sólo no se ha desvanecido, sino que se ha ido arraigando en el imaginario colectivo. La gente ha decidido que quiere viajar. Y no hablo de subirse a un avión e irse a la otra parte del mundo, sino que nos apetece de la misma manera ir a Nueva Zelanda que al pueblo de al lado. Todo sea por salir. Por eso, los hoteles están llenos, el negocio de los pisos turísticos está en auge y tensionando al resto de soluciones habitacionales, los restaurantes siempre están hasta los topes, y los centros históricos de las ciudades soportan una afluencia de turistas que crece año tras año.

El modelo turístico actual no es sostenible en el tiempo. Creo que en eso coincidiremos todos. A partir de aquí, lo complicado es encontrar una solución que pueda satisfacer a todo el mundo. Desde luego, lo que no ayuda es buscar un chivo expiatorio que nos diga quién es el único y absoluto responsable de que no podamos andar con comodidad por el centro histórico de nuestra ciudad un fin de semana porque está hasta los topes. Apuntar hacia una actividad concreta es reduccionista, y demuestra cortedad de miras.

Les haré un spoiler: sin cruceros, las ciudades iban a seguir estando tan saturadas como hasta ahora

Siguiendo con esa búsqueda de culpables, hay quien opina que tras el tráfico de cruceros está la respuesta a todos los males. Hay quien piensa que, si no llegaran estos barcos a ciudades como Barcelona o Valencia, el modelo turístico no sería el mismo. Pero los datos desmienten esa afirmación. No hay más que comparar, por ejemplo, el número de pasajeros que llegan al año a una ciudad por avión, tren y barco. ¿Cuántos aviones aterrizan al día en los aeropuertos de las grandes ciudades? ¿Cuántos trenes llegan? ¿Cuántas escalas de cruceros se producen diariamente en un puerto? ¿Acaso esos aviones y trenes llegan vacíos? ¿Quiénes copan las plazas que ofrecen las aerolíneas y los operadores ferroviarios? ¿Alguien, en su sano juicio, critica que se abra una nueva conexión aérea o por tren entre dos ciudades? ¿Por qué se dedican tantos titulares al aumento de la oferta en conexiones aéreas o ferroviarias, pero no así la elección de un puerto en concreto por parte de una naviera?

La respuesta a estas preguntas nos lleva a concluir que el problema, para algunos, no es tanto el número de turistas, sino el medio por el que vienen. Si millones de pasajeros llegan en avión a una determinada ciudad, es mucho mejor que unos pocos cientos de miles lo hagan en barco. Cada vez hay más gente partidaria de limitar las escalas de cruceros, pero nadie habla de poner freno a la llegada de aviones o de trenes. Les haré un spoiler: sin cruceros, las ciudades iban a seguir estando tan saturadas como hasta ahora. Entonces, ¿a quién echaremos la culpa?