Por más que algunos se empeñen en negarlo, el sector ha sido, es y seguirá siendo de las personas. Y esto es así porque las instituciones y organizaciones, las asociaciones y las empresas están formadas, precisamente, por personas. Ni más ni menos. Y sí, ya sé que en este sector hay algún que otro marciano, pero no es el tema que me ocupa...
Tengo al respecto una teoría muy particular, apoyada sobre datos empíricos propios, que me lleva a afirmar que detrás de una gran empresa hay, o suele haber, una gran persona. Y me da igual que citen excepciones ya que, como saben, estas suelen confirmar la regla.
La clave de esta afirmación está en delimitar lo que consideramos una gran empresa, asociación, institución u organización, porque si hay alguna cosa clara en este caso, es que el tamaño no importa. Una gran empresa no es la más grande, en absoluto, sino aquella que dentro de su propia dimensión, no solo es un ejemplo de profesionalidad sino que es capaz de manejar con maestría aspectos laterales y tangenciales tales como la honestidad, la empatía, la adaptación, la resiliencia y, por encima de todo, el respeto máximo, absoluto y prioritario hacia las personas que en ella trabajan y con las que trabajan.
Lo que no se puede arreglar es cuando no hay nadie al volante
Es cuando se alcanza ese punto de excelencia cuando las empresas y sus personas empiezan a brillar con luz propia. No es difícil en ese momento descubrir la impronta que ha ido dejando su propietario y que se refleja con claridad en la forma de ser y trabajar de su equipo humano. Toda la empresa adquiere un sello particular e inequívoco.
Y esto que suena así de bien, también se reproduce en sentido contrario. No les pediré que hagan una lista, pero intenten poner sobre la mesa el nombre de tres empresas, asociaciones, instituciones u organizaciones que tengan o proyecten la misma mala sombra que su propietario o jefe. Seguro que no han tardado mucho en encontrarlas.
Pero hay algo incluso peor que esa reputación: la impersonalidad. Porque un carácter se puede llegar a modular e incluso es posible alcanzar una entente cordiale según el cual no se establece una relación de amistad, pero se puede trabajar con normalidad; pero lo que no se puede arreglar es cuando no hay nadie al volante, o lo parece.
La impersonalidad es una lacra, un síntoma inequívoco del declive empresarial, institucional y asociativo. Hay muchísimos aspectos que pueden contribuir a la impersonalidad como por ejemplo la utilización permanente y casi exclusiva de la comunicación virtual o cualquier medio que reduzca la personalidad a una interacción sin comunicación no verbal, pero es aún más peligroso tener a gente sin alma, personajes que deambulan de un lado a otro, que cambian de opinión según salga el sol, incapaces de mimetizar, empatizar o comunicar. Egoístas al servicio de sí mismos y de su imagen por encima de estructuras organizativas o empresariales.
Puede que sea porque nos conocemos bastante unos a otros, pero creo que nuestro sector logístico está bastante bien servido de las “grandes personas” de las que hablaba antes y que dan vida a numerosas empresas, organizaciones e instituciones... aunque también en este caso, la excepción puede confirmar la regla.
Si nos olvidamos de las personas que tenemos detrás, no nos quedan más que esqueletos sin alma que, si me apuran, pueden mantener un nombre y una reputación, pero con eso no se construyen imperios, sino gigantes con los pies de barro.