Muchas veces hemos hablado en las páginas de este Diario sobre los efectos del cambio climático en la actividad logística en general, y en las operativas portuarias en particular. Pensemos en las restricciones del Canal de Panamá, pensemos en la paralización de ciertos puertos en todo el mundo como consecuencia de monzones y tormentas, o pensemos en las ocasiones en las que se pierde parte de la carga de un buque como consecuencia de estas inclemencias meteorológicas. Como se ve, el reto climático va mucho más allá de tener conciencia de que los recursos del planeta son finitos, sino que deberemos empezar a pensar seriamente en la multitud de consecuencias que influyen ya de manera directa en los puertos.
De hecho, a comienzos de esta década, el informe ambiental presentado por la Organización Europea de Puertos Marítimos (ESPO) arrojaba una poderosa conclusión: el cambio climático ya era la segunda preocupación en los ecosistemas portuarios, algo que se ha trasladado a que los grandes operadores de terminales y gestores portuarios de todo el mundo hayan tenido esa variable muy en cuenta en sus planes presentes y futuros.
Ahora que ya estamos en pleno verano, y que estamos inmersos en una tórrida ola de calor que, ya les adelanto, no será la última de este largo y cálido estío, conviene no dejar pasar la oportunidad de advertir que un escenario de altas temperaturas sostenidas en el tiempo pueden afectar seriamente a las operativas portuarias, y España no es una excepción. En la actualidad, el Mar Mediterráneo está cada vez más cerca de convertirse en un caldo, una tendencia a la que no es ajena ni la Cornisa Cantábrica ni las costas españolas bañadas por el Océano Atlántico.
Trabajar en la riba con temperaturas cercanas a los 40 grados no es fácil
Cuando hablamos de cómo puede afectar el cambio climático a las infraestructuras portuarias siempre nos vienen a la mente prácticamente los mismos escenarios: precipitaciones, vientos, oleajes, aumento del nivel del mar, e incluso frecuencias e intensidad de los huracanes. Los numerosos estudios realizados que analizan estos fenómenos también tienen muy en cuenta los cambios drásticos de temperatura, unos cambios que afectan a las propias infraestructuras portuarias, a la maquinaria que trabaja en las terminales y a todo el persona que desarrolla su labor a pie de muelle.
Trabajar en la riba con temperaturas medias cercanas a los 40 grados no es algo a lo que pueda hacer frente todo el mundo. Golpes de calor, fatiga o disminución de la calidad del aire como consecuencia de la contaminación odorífera provocada por una mayor y más rápida descomposición de materia orgánica debido al calor son riesgos que deben ser tenidos muy en cuenta por todos aquellos que comparten espacios en las zonas de trabajo de los puertos.
Por ello, son fundamentales todos los protocolos que empresas, gestores portuarios y trabajadores consensuan, articulan e implementan en el día a día para evitar situaciones potencialmente peligrosas. Pero no debemos quedarnos ahí, hay que ir más allá de los planes de prevención que elaboran los propios operadores de terminales. En ese sentido, es necesario recoger en un marco normativo específico nacional la casuística de los puertos españoles y poner negro sobre blanco las necesidades que deben ser cubiertas en un marco de cambio climático y calentamiento global como el que nos encontramos. Los datos demuestran que los puertos son vitales para asegurar los flujos de exportación e importación de la economía española. Por ello, es hora de que esa importancia se vea reflejada con protocolos específicos de actuación en entornos portuarios. Quedarse rezagados ante este reto no es una opción.