De todas y cada una de las teorías logísticas, que hay muchas y de todos los colores, me quedo con aquella que argumenta que el eslabón más débil es el que marca el nivel de eficiencia de cada cadena logística.
En realidad, es una verdad tan evidente que incluso duele cuando alguien se empeña en justificar su mediocridad apelando a sus fortalezas tratando de ocultar esas debilidades que acaban por definir la realidad.
Aquí, y en casi cualquier sociedad civilizada, no se contempla nunca hacer una media de calificaciones si una de las notas es cero o casi cero. Los jóvenes universitarios lo saben bien y dedican buenas horas de cafetería a debatir en torno a la “injusticia” de esta medida con argumentos del tipo: “Cualquiera puede tener un día malo”.
Y es que creo que el trabajo diario consiste precisamente en identificar los parámetros que nos hacen más débiles para tratar de mejorarlos e incluso eliminarlos, porque solo de esa forma somos capaces de reforzarnos positivamente.
En todos los sectores de actividad funciona esta máxima, pero puede que sea en el ámbito logístico donde cobra una dimensión especial. ¿De qué sirve tener los mejores muelles si no hay quien cargue o descargue la mercancía, si no hay espacio para almacenarla, si no hay unos accesos adecuados, si no hay...?
¿De qué sirve tener el camión más sostenible medioambientalmente hablando si es el menos sostenible a nivel económico? ¿De qué sirve fomentar el ferrocarril si no hay surcos, ni plataformas adecuadas, ni maquinistas...?
Efectivamente, la lista es infinita y podríamos seguir poniendo ejemplos hasta completar todas las páginas de este Diario, pero no es lo que nos ocupa.
En una infame rueda de prensa, hace ya algunos años, el político de turno increpaba a los periodistas su “pasión” por sacar a relucir todos los problemas de su ministerio y solicitaba que “contribuyeran” también a la buena marcha del ministerio hablando de las virtudes y bonanzas de determinadas medidas que él consideraba muy positivas.