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Gran sorpresa: siempre hemos dependido de China

  • Última actualización
    15 abril 2025 05:20

Creo que nadie en su sano juicio podrá discutir que las relaciones bilaterales mundiales están en plena redefinición. Creo que tampoco nadie va a atreverse a negar que la imposición de aranceles por parte de Donald Trump ha impulsado una política del “sálvese quien pueda” en las relaciones comerciales en todo el mundo, donde el presidente de Estados Unidos lanza un órdago -para después cumplirlo a medias después de que los mercados y los grandes prohombres de negocios de Estados Unidos le hayan dado un toque de atención-, y espera sentado en su Despacho Oval la llamada de líderes mundiales queriendo “negociar”. Lo cierto, y viendo esto con cierta perspectiva, las negociaciones a múltiples bandas abiertas por Trump no hacen sino recordarme a esas tácticas de regateo de bazar, en la que quien compra piensa que ha hecho un gran negocio, cuando es justo los contrario.

En este escenario, Europa ha mirado hacia China. Atrás quedan los planes de la Unión Europea de reducir la dependencia del país asiático y diversificar su presencia en otros centros productores mundiales, como Vietnam, India o incluso el norte de África. En lo más duro de la pandemia se habló de relocalización, de modificar las cadenas de valor mundiales, de acercar los grandes centros de producción a Europa. Y también se habló de “decoupling”, es decir, de desacoplamiento, de dar una patada a eso de la globalización tal y como estaba concebida hasta ese momento y volver a construir las relaciones comerciales mundiales, fortaleciendo esas relaciones con países democráticos donde se respetan los derechos humanos, y dejando de lado de manera paulatina las que tenemos en la actualidad con regímenes autoritarios.

Hay puertos españoles que han sudado lo suyo para poder estar en primera línea del comercio marítimo internacional

Como teoría y sobre el papel, todo eso está muy bien, pero llevarlo a la práctica es algo más complicado. Debemos ser conscientes de los grandes cambios que supondría, del tiempo que requeriría y, sobre todo, de las ingentes cantidades de recursos -tanto materiales como humanos- que serían necesarios para redefinir todas esas cadenas de valor que ahora están tan asentadas. No olvidemos que esas cadenas de valor tienen ya definidas sus rutas marítimas globales, rutas marítimas en las que hay puertos españoles que han sudado lo suyo para poder estar en primera línea del comercio marítimo internacional. ¿Ponemos en riesgo todo eso?

Hoy por hoy, y a pesar de todas y cada una de las disrupciones que han afectado a las cadenas logísticas, salvo casos aislados, los grandes centros de producción siguen estando en China. Es decir, la situación no ha cambiado mucho desde la década de los 90 del siglo pasado, cuando al albur de bajísimos costes laborales, la industria occidental emigró hacia el Este, abandonando sus tradicionales centros de producción y llevándose la creación de riqueza a miles de kilómetros. Por eso, en parte me resulta sorprendente el estupor de ciertos sectores haciendo saltar las alarmas por el supuesto acercamiento de algunos países, entre ellos España, a China. Digo supuesto con todas las letras, porque parece que, viendo la reacción hiperventilada de algunos, haya sido ahora cuando, con Trump haciendo de las suyas, hemos decidido que debemos fortalecer nuestras relaciones comerciales con China. ¿Dónde ha estado toda esta gente los últimos 30 años?

¿Debería Europa diversificar y buscar alternativas más allá de China y de Estados Unidos? Por supuesto. Pero, antes que nada, sepamos dónde estamos ahora y cómo hemos llegado hasta aquí, siendo conscientes de todas las variables. Y una vez hecho el diagnóstico, actuemos.