De sobra son conocidos los beneficios que aporta la automatización de las terminales de contenedores. A grandes rasgos, hablamos de reducción de costes por contenedor manipulado, mejoras en la fiabilidad, la consistencia, la previsibilidad y la seguridad de las operaciones, y, desde un punto de vista ambiental, un menor impacto gracias a la optimización de ciertas operaciones y al aumento de la electrificación de equipos. Vistos así, convendremos en que el peso de estas ventajas son lo suficientemente importantes como para que la mayoría de los operadores de este tipo de terminales las implementara.
Sin embargo, la realidad es otra. La realidad es que sólo un porcentaje mínimo de terminales de contenedores de todo el mundo están totalmente automatizadas, a pesar de que hace unos años parecía que era una tendencia imparable y que en relativamente poco tiempo sería la norma. Y al no ser así, debería hacernos reflexionar.
Una terminal automatizada sólo tiene sentido si, hablemos claro, es capaz de amortizar los costes de la inversión que supone en un espacio de tiempo determinado. Y eso, admitámoslo, sólo se logra si los volúmenes de carga a manejar son lo suficientemente elevados. No basta simplemente con asegurarse flujos de import/export, sino que se ha de apostar por el tráfico de transbordo para que lograr este objetivo. En un momento como el actual, con la incertidumbre como rasgo principal, donde las escalas van saltando de puerto en puerto según las necesidades de las navieras, se antoja complicado.