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Mucho mar y poco puerto

  • Última actualización
    25 abril 2024 05:20

Más allá de un recurso estético, el uso de los muelles debería trascender a la socorrida foto que autoridades, políticos y algunos más utilizan como fondo de sus imágenes para redes sociales y carteles propagandísticos.

Hace ya años que renunciamos a que los ciudadanos de a pie tuvieran una mínima oportunidad de participar de esa estética portuaria que tanto nos impacta a los que vibramos con el salitre y la humedad, en combinación con los efluvios del combustible bailando en una danza asíncrona de sirenas, rugidos de motor y toneladas de carga golpeando contra muelles y buques.

Es imposible poetizar con la estética portuaria y pretender que además te entiendan quienes nunca han tenido la oportunidad de perderse en los muelles y asistir al majestuoso espectáculo que supone presenciar una operativa portuaria junto a la riba (que por mucho que diga la RAE que es una acepción en desuso, para nosotros sigue siendo esa línea que marca la separación entre la tierra y el mar, el cielo y la tierra, lo humano y lo divino...).

Cuando se habla de la insalvable distancia entre puertos y ciudadanos no nos queda otra sumarnos a la resignación de la normativa referente a la delimitación de espacios y usos portuarios, lógica por otra parte, que obligó a separar incluso físicamente las zonas ciudadanas y las portuarias.

A partir de entonces, con un criterio más o menos acertado, las zonas ciudadanas más próximas a las portuarias fueron acondicionadas de una y mil formas para tratar de acercar a las personas. En ese proceso de “humanización” muchos renunciaron al espíritu portuario apostando por una propuesta básicamente turística que, si bien atrajo a las personas, acabó por alejar definitivamente al puerto de la ciudad.

Se ha acercado la ciudad al puerto, o viceversa, pero se ha alejado a las personas de su puerto

Cuando se habla de puerto-ciudad, de interacción entre el puerto y la ciudad, se debería pensar exactamente en eso, en cómo puede interactuar un recinto portuario con su entorno. Tengo claro que las zonas que ahora son paseos marítimos y de esparcimiento ciudadano ya no son puerto (de hecho, ya pertenecen mayoritariamente a los ayuntamientos), así que no deberíamos dar por concluido el trabajo pensando que existe un lugar pegado al mar donde poder pasear, patinar, comer o pasar el rato.

El reto sigue estando ahí. La fiebre de la relación puerto-ciudad ha generado nuevas zonas ciudadanas en un ambiente marítimo, pero nos hemos olvidado de los puertos, que siguen siendo ninguneados, desconocidos, denigrados y hasta repudiados. Se ha acercado la ciudad al puerto, o viceversa, pero se ha alejado a las personas de su puerto. Eso es así.

Un muelle convertido en paseo marítimo, aún siendo un avance en materia ciudadana, no puede ser el sustituto de una acción divulgativa, pedagógica y constante que tenga por objeto trasladar a las personas la importancia y necesidad de la actividad portuaria mostrada en toda su dimensión.

Hay que ser justos y reconocer que las autoridades portuarias, en general, cumplen con su parte y no solo han cedido espacios, sino que además invierten e invierten en exposiciones, charlas, eventos, etc. Es el momento de que los ayuntamientos den un paso adelante y comprendan que esos terrenos que ahora gestionan son marítimos, pero también portuarios.

Los que tenemos la inmensa suerte de vivir el puerto en primera persona tenemos la necesidad de transmitir y compartir todo lo que sentimos cuando estamos en los muelles. Vamos a ver de qué forma podemos trasladar toda esta riqueza que trasciende al ocio ciudadano y al negocio portuario.

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