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No es tan fiero el león como lo pintan

  • Última actualización
    13 mayo 2025 05:20

China y Estados Unidos han decidido pisar el freno en su guerra comercial. La tregua de 90 días en la aplicación de aranceles acordada entre Washington y Pekín tras los encuentros mantenidos por ambos Gobiernos en Suiza supone una rebaja de la tensión comercial entre ambas superpotencias. En esencia, Estados Unidos reducirá los aranceles sobre los productos chinos del 145% al 30%, mientras que China lo hará sobre las importaciones de productos estadounidenses del 125% al 10%.

Desde el 2 de abril, día en que Donald Trump iniciara el conflicto con una primera andanada tarifaria, las respuestas de unos y otros se semejaban mucho a una partida de cartas en la que todos los jugadores se mantienen en el juego lanzando un órdago mucho más gordo que el anterior. A este ritmo, hubiera llegado un momento en que esa guerra comercial podría haber sido hasta divertida, si no fuera porque las consecuencias de ese conflicto no tienen ninguna gracia.

El pasado año, las economías de ambos países intercambiaron bienes y servicios por valor de 660.000 millones de euros. Por mucho que se empeñe Trump, la realidad es la que es: hace años que la mayoría de la industria de Estados Unidos no produce en suelo americano, sino que lo hace en China (y en menor medida en otros países asiáticos), y revertir esta situación no se consigue de la noche a la mañana con la imposición a lo loco de aranceles a todo lo que se mueva. ¿De verdad el nuevo Gobierno de Estados Unidos es tan necio como para poner en peligro la llegada de mercancías al país, arriesgarse a detener líneas de producción de empresas o a obligar a los eslabones de las cadenas de suministro y valor globales a redefinirse? Estas consecuencias no son una hipótesis, sino realidades que comienzan a manifestarse.

A veces el león pelea, otras le toca recular y huir a la espera de tiempos mejores

En su momento, tanto los grandes inversores con importantes intereses en Estados Unidos, como las propias empresas y hasta destacados miembros del Partido Republicano pidieron a Trump que tal vez habría que repensar la estrategia. Son los mismos, por cierto, que apoyaron al propio Trump en campaña electoral y aplaudían todos y cada uno de los anuncios que el actual presidente de Estados Unidos realizó antes de las elecciones del pasado mes de noviembre que le encumbraron hasta la Casa Blanca. A Trump no le tocó más que recular, rebajó los aranceles al resto de países, pero mantuvo los de China y, ahora, tras el acuerdo anunciado ayer, vuelve a recular.

Un importante economista me confesó no hace mucho tiempo que estaba seguro que el resto de las potencias respondería con la misma moneda a Trump, a pesar de que otros muchos expertos lamentaban que el resto del mundo no se movería para no airar al nuevo presidente de Estados Unidos. Así ha sido, todas han impuesto aranceles a los productos de Estados Unidos. Ese mismo economista me aseguró en esa misma conversación que Trump tenía ante sí dos caminos: o el del milagro económico o el de la recesión brutal para Estados Unidos. ¿Adivinan qué es lo que ha visto el presidente de Estados Unidos? Me aventuro a asegurar que, desde luego, ningún milagro.

Sea como fuere, parece que, al final, el león no ha sido tan fiero como lo pintaban. Si han visto alguno de esos documentales que retratan la vida salvaje en la sabana africana, el león ruge para marcar territorio, y normalmente el resto de los competidores huyen. Pero ¿qué ocurre cuando el rugido no surte el efecto deseado y el grupo de competidores no se amilana? A veces el león pelea, otras le toca recular y huir a la espera de tiempos mejores.