El Ayuntamiento de Valencia va a aprobar un protocolo según el cual, ante cualquier situación de emergencia, con independencia de que exista la posibilidad de comunicarse o no, determinados servicios municipales deberán activarse autónomamente y presentarse en el CECOPAL (Centro de Coordinación Operativa Local) o en su puesto de trabajo para ponerse a disposición de la emergencia sin tener que ser avisados
Y ¿de qué servicios estamos hablando? Pues de informáticos, técnicos de ciclo integral y agua, disciplina urbanística, bomberos, policías locales, servicios sociales, abastecimiento, comercio, movilidad o comunicaciones. Vaya, los que la alcaldesa ha bautizado felizmente como “esenciales”... otra vez con el palabro.
Dadas las competencias logísticas de un ayuntamiento, nos quedamos con que la “movilidad” estará representada, con independencia de que se trate de personas o mercancías.
Sinceramente, nada que objetar al nuevo protocolo de emergencias. Lo que no acabo de comprender bien, sinceramente, es por qué estas rutinas no estaban ya establecidas desde hace tiempo, con claridad y contundencia.
El que más y el que menos tiene un protocolo en su empresa ante determinadas situaciones, desde la más compleja hasta la más sencilla; desde una actuación en caso de incendio o emergencia, hasta un repuesto en caso de que falle, por ejemplo, el ratón de un ordenador. Hasta en mi propia casa tenemos un sencillo y lógico protocolo para no dejar desatendidos nunca a nuestros mayores.
¿Por qué estas rutinas no estaban ya establecidas?
Durante años hemos estado informando en las páginas de este Diario de los sistemas de seguridad que se han implementado en los puertos españoles en los últimos años. Rutinas y protocolos cien veces revisados y puestos a prueba para que no quede ningún cabo suelto; para que cada actor sepa en cada momento qué debe hacer y dónde debe dirigirse; registros que deben ser cumplimentados y puestos a disposición de quien los necesite; revisión de los ejercicios de simulacro, etc.
Quizás por esa cultura de la prevención, tan asimilada en el ámbito portuario, me suena rarísimo que una institución tenga que establecer ahora esos mecanismos (y seguro que no es la única). El matiz, supongo, es que el “apagón comunicativo” no era algo que estuviera realmente contemplado.
Iluso de mí, siempre he pensado que al llegar a un cargo de cierta responsabilidad en una institución relevante o un equipo de gobierno, te dan nada más llegar un “Manual” (secreto e intransferible) en el que se recogen todo este tipo de cosas; secretos de Estado que solo puedes conocer al llegar allí... no sé, la contraseña del wifi privado de alta velocidad; el móvil secreto del asesor fiscal; dónde está el botón que avisa a los policías del edificio; qué hacer en caso de emergencia nacional...
¿Me pueden explicar que hay si no dentro de las carteras que simbólicamente se intercambian los ministros? No hay nada, ya se lo adelanto yo.
Sé que lo estoy reduciendo todo al absurdo, pero es que seguimos sin ser conscientes de la importancia que tiene la comunicación. Y esa comunicación es y debe ser intemporal. Informar bien, sin dejar cabos sueltos y tratando de abarcar todas las posibilidades, es siempre un primer paso para evitar males mayores. La proactividad informativa debe prevalecer siempre ante la reactividad política. No lo duden.