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Rumor, realidad programada y suceso real

  • Última actualización
    27 mayo 2025 05:20

Cuchicheo, habladuría, hablilla, voz, bembeteo, historia, cotilleo, chisme, chismorreo... Estos son algunos de los sinónimos que la Real Academia de la Lengua Española dedica al término “rumor” en una de sus acepciones, en concreto la primera, que define al rumor como “voz que corre entre el público”. Decía Paco Umbral en un artículo escrito en un importante diario de tirada nacional el 29 de octubre de 1992 que “el rumor es nuestro verdadero sida nacional”. El escritor rubricaba esto en un momento en que esta enfermedad golpeaba de manera inmisericorde, y corrían habladurías e historias de personajes famosos que habían contraído la enfermedad o, incluso, agonizaban en hospitales madrileños con nombres falsos.

Terreno abonado para la mentira y el bulo. Terreno abonado, también, para que los periodistas de verdad hicieran su trabajo. En esa época y en ese momento, hubo periodistas que decidieron dejar su código deontológico a un lado, escribieron noticias sin contrastar y publicaron, consecuentemente, informaciones falsas, basadas en testimonios de gente a la que un celador de cierto hospital que conoce a un doctor le ha dicho que en cierta habitación hay cierto personaje público que va a morir por haber contraído el VIH. Por el contrario, hubo otros periodistas que sí hicieron bien su trabajo: tiraron de agenda, levantaron el teléfono, hicieron algunas llamadas y contrastaron la información. Aunque parece simple, en ocasiones no es tan sencillo, pero esa es la esencia de los que nos dedicamos al sagrado oficio de informar a la sociedad.

Viene todo esto a cuento porque, en estos últimos años de disrupciones, situaciones extremas e incipientes guerras comerciales, día sí, y día también, este sector logístico nuestro está padeciendo cada vez con mayor intensidad el mal de la rumorología y, lo que es peor, de las realidades programadas. Aquí podíamos incluir advertencias de gobernantes sobre medidas restrictivas en el comercio internacional; proyecciones que dibujan escenarios casi apocalípticos que van a condicionar las decisiones de los operadores logísticos a corto, medio y largo plazo; o previsiones económicas que, si bien muestran buenos resultados en un inmediato espacio de tiempo, no son capaces de sentar las bases de un crecimiento robusto y duradero en el tiempo por falta de unas cuentas públicas estatales.

Hay que comenzar a conectar con hechos y dejar de lado realidades programadas

No quiero que me malinterpreten. Tanto instituciones públicas como empresas deben hacer previsiones a pesar de que el contexto sea complicado. Esos planes futuros son los que van a marcar el presente y futuro de la actividad económica, y deben estar sustentados en indicios sólidos y proyectos asentados y con una financiación clara. Sin embargo, nos estamos acostumbrando a trabajar con esas realidades programadas más que con sucesos reales. Un suceso real es, por ejemplo, un tifón que impide el atraque de decenas de buques en un puerto en un momento determinado. Una realidad programada es amenazar con imponer aranceles a la Unión Europea a partir del 1 de junio para días después dejar en nada esa amenaza y mantener el 9 de julio como fecha tope para llegar a un acuerdo.

No diremos, por ser de sobra conocido, que el sector logístico es una de las actividades económicas más resilientes. Hay que comenzar a conectar con hechos y dejar de lado esas realidades programadas. Reaccionar a esos posibles futuribles no conduce a nada porque, como ya nos ha demostrado sobradamente la experiencia, la realidad siempre cambia. La logística debe prepararse y estar atenta a esos futuribles y, sobre todo, debe saber distinguir proyecciones de realidades.