Les confieso que, hasta el pasado domingo, Joaquín Sorolla era para mí un pintor bastante desconocido. Reconozco que, salvo sus obras más conocidas y su inconfundible estilo, poco conocía de uno de los grandes artistas que ha dado Valencia al mundo. El pasado domingo pude disfrutar de “Sorolla, una nueva dimensión”, una exposición digital e inmersiva que recorre de una manera diferente la época y la trayectoria profesional y personal del pintor. A lo largo de más de 2.000 metros cuadrados, puede conocerse al detalle la vida, inquietudes e influencias que hicieron de Sorolla uno de los grandes nombres del mundo del arte de la primera mitad del siglo XX. Desde aquí les recomiendo encarecidamente que se acerquen hasta La Marina del Puerto de Valencia y disfruten de esta propuesta, que conjuga de manera brillante los métodos más tradicionales con los más vanguardistas, incluyendo la realidad virtual.
Como todos los grandes artistas, el pintor valenciano fue hijo de su tiempo, pero lo fue a su modo, y siempre buscó salirse del camino marcado por las influencias de la época. Trabó gran amistad con Vicente Blasco Ibáñez y Mariano Benlliure, formando un trío que no se dejó influenciar por una ola de pesimismo que asoló España al final del siglo XIX y principios del XX como consecuencia de la pérdida de Cuba y Filipinas, y que tanto plasmaron en sus obras los integrantes de la Generación del 98. Sorolla, al igual que sus dos amigos, intentó huir de la decadencia en la que cayó el país y apostó por el optimismo, llenando sus lienzos de luz y colores, matizando ese impresionismo que venía de Francia para acercarlo hacia una especie de realismo y naturalismo. En muchas ocasiones, las pinturas de Sorolla se parecen más a una fotografía que a una pintura, una disciplina ésta muy apreciada por el artista valenciano.